Reseña de HOMENAJE, por MARGA BLANCO SAMOS. Poeta
enero 31, 2023 at 5:31 ,
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LA INTIMIDAD CALLADA
Para quienes lo conocemos, tiene Francisco Ruiz –Paco para los amigos– una forma de querer tímida, silenciosa, de una intimidad profunda que se basa en los detalles: en un estar gatuno que casi no deja sentirse en los pasos, pero que te arropa y se deja arropar con su sola presencia. Asimismo le ocurre a su poesía.
Su poesía por el contrario a lo que se pueda creer cuando se lee el prefacio del autor, es una poesía desde la contemplación. A Francisco Ruiz y a sus poemas le pasa como a los de Antonio Machado: se dejan llevar por un río, por el color de un atardecer, por la presencia de un olmo o de un autillo que se adentra en la espesura de la noche. Aunque trate temas que indagan en todo aquello que va forjando al sujeto, que con tanta dificultad construimos a lo largo de la vida; por eso no es de extrañar que el título del libro sea Homenaje, en el sentido estricto de mirar con admiración y respeto: a la infancia, a la familia, a la amistad… Se puede decir –y no como un tópico– que cuando Francisco Ruiz escribe sobre la amistad, también lo hace de la familia; del mismo modo las imágenes que se paran en los objetos alcanzan la categoría de familiares, símbolos en movimiento de todo aquello que aunque aparentemente es inerte no tiene nada de estático: así los cubos de la plaza de un mercado le traen a la memoria la efigie omnipresente de una persona querida que busca entre los desperdicios; los libros desvencijados, que conservan el tiempo imperecedero de una lectura, los atesora con el celo de quien sabe lo que significaron; o las pistolas, en “La guerra de Ucrania”, donde el poeta se pone en la piel de los que van a luchar en la contienda de los poderosos, desde un punto de vista estremecedor, contrastan con las inofensivas de plástico con las que jugaba de niño, en otro poema dedicado a un amigo.
Gracias a los símbolos, la tristeza de sus versos en los poemas más íntimos se atisba sutil como una suave brisa que hiere pero no desgarra, como en el maravilloso “Te fuiste una tarde de primavera” dedicado a su hermano, donde aún en la habitación de hospital, mientras recoge los ya inservibles enseres confiesa: Cerré la ventana que miraba la avenida/para que los visillos cesaran en su danza.
El sujeto que Francisco Ruiz va forjando a lo largo de sus poemas es consciente del paso del tiempo y por este motivo paso a paso se aleja sin despedirse del todo de lo que pervive a través de los recuerdos que ama. La grandeza de su particular homenaje estriba justamente en esto. Así lo deja claro en cada uno de los poemas dedicados a sus hijos. De una generosidad sorprendente, transitan de la ternura al inevitable desapego; estima al extremo el disfrute de una conversación, un momento, porque sabe que así es la vida, lo demás no nos pertenece. De ahí el regocijo transitorio de estar junto a la hija cuando sobreviene la pandemia y el confinamiento, en “El tiempo no se repite”: A mí me bastaba con tenerla a mi lado. Quizá sea el motivo por el que estos poemas son tan conmovedores, porque la vida para el poeta lejos del reproche de la ausencia es un motivo continuo de agradecimiento, un regalo hecho de momentos, como en los versos que tratan sobre la experiencia del “Viaje a India” junto al hijo.
Los cuadros o las fotografías también cobran vida como en “Con una foto te recobro”, uno de los poemas del libro que más me gusta y que está dedicado a su esposa. El retorno ya lejano de los dos jóvenes que se besan por primera vez y de la muchacha temblorosa a la que la voz poética le dice que hace mucho frío. Es un poema de una ternura conmovedora porque te lleva al joven inexperto – todos lo somos en los comienzos—; y que sin embargo tiene claro –en una preciosa imagen– quién es la amada: aquella chica con el jersey negro/vuelta sobre el asiento del coche/de la novela imaginaría de mis sueños.
El poemario se hace elegíaco en “Poema del confinamiento”, en que la madre muere sola sin una mano que la sostenga, algunos no tuvieron la suerte de llegar a tiempo, reza uno de los versos; pero incluso la cruda realidad del poema se convierte en el lamento del adulto que con la mirada de un niño cuando divisa el horizonte, anhela surcar las casas; convirtiendo la ilusión de los versos en una auténtica despedida. En el poema “Imagen desde el cementerio”, elogio al padre, alguien comenta que deberían poner un epitafio: “Aquí yace un gran hombre”, mientras él calla; y hace una traslación, del tenemos que hablar de tantas cosas, de la elegía de Miguel Hernández, cuando es el padre desde ultratumba quien se lo dice. Este poema es un enorme homenaje al padre sin dramatismo, ni impostura. De una intimidad callada que revela de principio a fin la admiración y el cariño, que hace innecesario el epitafio.
También asaltan a lo largo del poemario las reflexiones del profesor de filosofía que incluso con las cartas marcadas, en el poema al amigo, cree sobre todo en la hermandad de la palabra, en el compromiso de la razón. Y es que hay en sus poemas lejos de una melancolía sombría, un vitalismo latente y una celebración de la vida: por eso es capaz de percatarse de que la sonrisa de la amiga conserva la de la muchacha, a pesar de las heridas y los años.
Como lectora no voy a comentar su silencio poético durante años, no voy a preguntarme por qué Francisco Ruiz no ha publicado antes un libro de poesía, pero sí quiero decirle que me encantaría que seguiría escribiendo, para que podamos seguir disfrutando de sus versos. Me gustaría también darle las gracias de la manera que él sabe, porque este libro de aparente sencillez, lleno de grandezas, toca en esa intimidad silenciosa que solo los buenos poetas son capaces de sacar a la luz.
Marga Blanco